Desesperación al volver del parque. Estuvo gracioso. Oli intentaba morder los patos a través de la verja, los patos intentaban picar a Oli en el morro. Oli ladraba, los patos hacían el ruido que hacen los patos. Estuve atenta. Percibí más conversación y entendimiento que en cualquiera de los bares en los que he estado últimamente. Así estuvimos largo rato. Luego, cuando el parque dejó de ser refugio, volví a casa. Y tampoco era refugio porque estaba mi madre en el sofá tragándose toda la mierda que salía del televisor con una sonrisa boba colgándole de la boca. Entonces me puse a leer unos poemas y escuché música, y abrí todas las redes sociales del mundo. Y recé para que me escribiera alguien, aunque fuese el ser más gilipollas de la tierra, pero nada. Desierto. Siguieron saliendo patrañas de la tele, así que convine que lo mejor sería echar a mi madre de casa. Y lo conseguí envolviéndome en una nube de humo como un ilusionista. Me fumé cuatro cigarros seguidos y mi madre, que detesta el tabaco, dijo: en mi casa no se fuma, vete. Yo le dije: también es mi casa, y en mi casa no se ve la televisión. Nos preocupamos la una de la otra. Y está claro que la televisión mata más que el tabaco. Al final quedó con mi abuela para dar un paseo. Esta vez gané yo.
Ahora escribo porque todo el mundo tiene algo que hacer. Porque no tengo nada que hacer. Y porque aunque tuviera que hacer algo estoy segura de que no lo haría.
Estoy harta de toda esta gente que apuesta por su vida. Harta y cansada de estar harta y cansada. Y enferma. Todas estas vocecitas sentadas alrededor de una mesa. No piensan en la muerte, ni en la vejez. Todas estas personas tejiendo proyectos arriba y abajo, arriba y abajo. Y E. en Barcelona, con su novia de toda la vida, algo aburrido en su farsa, sobre todo los domingos por la tarde que todo se ve como a la luz de una bombilla de bajo consumo, pero sin intención de cambiar nada porque le costó mucho conseguir esa “paz”. No creo que haya algo más horrible que la paz. Esa paz. Yo mientras me rompo la cabeza contra los cristales de todas las ventanas de la casa.
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