Creo que conservo mi trabajo para poder responder algo cuando me preguntan a qué me dedico. No disfruto mientras trabajo, disfruto en la idea de que ayer trabajé y cumplí y por lo tanto merezco mi tiempo libre. Y en mi tiempo libre a veces solo quiero que pasen las horas y sea mañana. Solo me salva de eso la poesía, la literatura. Y no siempre.
Fui a un recital de poesía, solo porque E. me lo dijo, solo para poder escribirle un mensaje diciéndole que me había parecido, como tantas veces salgo a la calle solo para poder escribirlo. En el metro, como siempre, drogadictos y parados con ojos mendigos empuñando flautas y acordeones para sobrevivir. Qué falsas, Dios mío, qué falsas las sonrisas encantadas de sí mismas del que da una limosna. Qué complacidas, cómo bailan en las caras, qué satisfechas se sienten esas personas en sus cuerpos. Yo voy como ocultando una dentadura mellada, voy como de media comisura, de vergüenza por ser, como pidiendo disculpas por ocupar un asiento. Y así después, en el recital: encontré a A. y a su novia (otra vez) acompañados por Luna Miguel, la supuesta escritora de poesía de veinte años. Lo poco que he leído me parece una basura. Las fotos de sus tatuajes y sus escotes tienen el erotismo de una vaca pastando en un prado. La chica estuvo todo el tiempo en silencio, por lo que no me cayó mal del todo. La gente que no habla mucho siempre tiene un hueco en mi corazón. Pero después ¡ay! me tocó sentarme a su lado en el suelo, y un hedor insoportable me atravesó la nariz, y dudé, no puede ser, y luego constaté: si, es ella. Y era una pestilencia de orines, de montón de ropa sucia abandona de un desván, de gallina de corral enferma. Olía tan mal que no me enteré de nada de lo que se dijo. Eran poesías de Bernhard, y no sé si aturdida por sus efluvios, odié las poesías de Bernhard, y odié haber ido a una presentación sobre un libro de poesía, porque en realidad, odio los recitales, y a la gente que va a los recitales. Y así fue. Un tal Patricio Pron, un pedante del mundillo literario con varios libros infernales a sus espaldas, y un estupendo peinado de maricón reprimido, moderno de Malasaña con uñas largas y gafas de pasta, paseándose por la sala como si el espacio le perteneciera. Hay gente que camina así, como considerando de su propiedad el espacio por el que se mueve, y él estaba así, valorizando el terreno a su paso, consciente de la importancia de su presencia en ese lugar, en el mundo. Y miré a A. mientras alguien destrozaba algo de Bach al violín, y me sentí algo más cerca de él que del resto, pero tampoco: después nos ofrecieron vino y A. se puso a hablar con la maloliente Luna, y yo pensé que los esfuerzos por encajar para el que no encaja desde el principio resultan ridículos. Y suponen una traición a uno mismo a su naturaleza. Uno debe respetar siempre su naturaleza. Y A. quiere pertenecer a esa farándula literaria, a ese escaparate de tatuajes, gafas de pasta, y prosa vacua e insoportable. Y para ello cambió su naturaleza, y se convirtió en un disidente de si mismo y de su naturaleza, y sonríe simpático, mantiene eternas conversaciones con idiotas. Quiere ganar dinero con la literatura, y para ello, si, escribe novelas, pero también asiste a eventos y reuniones sociales, en fin, dejó de respetarse a sí mismo. Y en sus ojos veo la envidia del oponente, veo el cálculo y la cifra, y no veo nada de la honestidad que exhalaba su primera o su segunda novela. Y es infinitamente mejor escribiendo que todos estos sujetos, esta basurilla del mundo de la cultura, esta prosa envasada al vacío, este vender mucha imagen y decir muy poco. La fama es horrible porque depende del juicio del otro, decía Séneca. Tu literatura nace de tu herida, y con esa herida no se comercia, pero todas estas fiestas y reuniones anodinas son la mercromina de la herida y su literatura es igualmente antiséptica y antibiótica y desinfectante, y por lo tanto aburrida, porque no tiene sangre. Uno debe escuchar su herida para escribir algo que no sea una receta del psiquiatra. Y por eso me da pena que A. siendo un lúcido, se vea envuelto en esta farsa de gente que llegó a escribir no se sabe bien cómo, sin atravesar ningún infierno, y por eso andan todos como peces bobos, y A. atendiendo a los chismes de unos y de otros, participando de esa orgía de chismorreos e historias de cama de esa manada de monos con teclado.
Por suerte, María estaba conmigo y pudimos parodiar un poco la situación. Porque no hay que huir, hay que descojonarse. Y entonces alguien dijo que parecíamos dos adolescentes, seguramente un pedorro circunspecto que se toma muy en serio a sí mismo y a su mierda de obra literaria, y tuvimos que dejar de reírnos, claro, porque nuestro sentido del humor lo tenemos que llevar oculto como a un hijo bastardo.
Aqui estamos para aguantar a subnormales complacentes. pasate a ver mi blog.. y feliz cumpleaño Jesus¡
ResponderEliminarMe alegra poder volver a leerte. Y me encanta que los destripes a todos.
ResponderEliminarDas mucha pena y mucho asco, querida.
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ResponderEliminarCómeme la polla, quería decir.
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