viernes, 10 de diciembre de 2010

Apenas leí. Dormí una siesta en casa del paciente. Cada vez que abría los ojos el cielo estaba más oscuro, los árboles más tristes. No quería despertar y sin embargo sentía la urgencia de siempre por irme de allí, llegar a casa.

Fuimos a comer fuera. Él pidió una botella de vino y se le llenaron los ojos de vacío e indiferencia. Miraba las cosas con desdén. Comenzó a burlarse de los camareros, de la comida que nos habían servido. Me dijo: tomo pastillas para olvidarme de la gente. Yo repetí la frase en voz alta. Comenzó a comer con las manos, a mezclar alimentos y bebidas en la boca. Me reí. Estoy ahí para contenerle, pero me hace gracia que todo le importe tan poco. Todo el bar nos miraba y yo les devolvía la mirada pidiéndoles disculpas por el espectáculo, pero en realidad me daba igual, comprendo bien porqué lo hace. Decía mi colega Schopenhauer y le atribuía una frase idiota, decía aquí todo el mundo es tan viejo, decía la camarera tiene cara de cáncer. Después imitaba determinadas actitudes humanas ridiculizándolas. Soy un terrateniente, soy el clásico burgués, y bebía más vino. Tiene esa risa descontrolada de los locos, ríe ardiendo en el delirio rabioso de un perro apaleado, se agarra con desesperación a la risa, mueve las manos volcando las copas y tose escupiendo el alma. Y de repente se queda en silencio, enciende otro cigarrillo y te mira desde la decepción que le produce volver a la realidad a la que no pertenece.

Todos estos libros encima de la mesa me dicen que vivo permanentemente en proyecto. No concluyo nada de lo que empiezo, y la vida misma me parece uno de estos libros que mejor sería abandonar a la mitad. Voy por la página veinticinco y me sé los giros de memoria como si ya hubiera leído esta novela en otras novelas.

Han llenado los huecos de historias que no me interesan, diálogos por los que paso bostezando, personajes construidos en el cliché. Y si sigo quizá sea por encontrar esa frase, por detenerme en la escena en la que metiste tu cucharilla en mi café y vivir dentro de ella el tiempo que pueda.

Todo lo demás me parece de relleno. No me interesan las historias en los libros, quiero vivir en una frase nacida en la lucidez exasperada del condenado a muerte.

Necesito que me escribas para quedarme. Escríbeme la excusa, el desvío en la historia, regálame tiempo, prométeme que sonará la última canción cuando todas las luces se hayan apagado.

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