jueves, 17 de febrero de 2011


La inactividad me viene francamente mal. Aunque detesto la acción, y una parte de mi se dejaría devorar por la abulia, otra me obliga a salir ahí fuera y buscarme una actividad estúpida cualquiera (como todas lo son) para no enfangarme. Ahora estoy empezando a enfangarme otra vez. Leí un poemario de Cernuda y los diarios de un tal Iñaki Uriarte. Di con el libro por casualidad. Últimamente solo me interesan los diarios, las biografías o la poesía confesional. El tal Iñaki escribe de lo que me interesa: de su puta vida. No hay descripciones, ni historia, ni sueños, ni recetas de cocina, ni tertulias, ni proyectos. Como Onetti en el Pozo: “Yo no sé escribir, escribo sobre mi mismo.” Iñaki es un tío que consiguió vivir sin trabajar por lo que merece todo mi respeto y admiración.

“Yo no escribo bien, no he escrito cuentos ni se me ha ocurrido empezar una novela, no tengo voluntad, talento ni ambición suficientes para meterme en este berenjenal de angustias y montañas rusas de vanidades y humillaciones que supone intentar publicar un libro. En fin, que no dispongo del arsenal necesario para ir a esa guerra. ¿Qué me hubiera gustado ser un escritor? Si hay obligación de ser algo, tal vez más que otra cosa, pero sólo eso”

Las páginas en las que habla sobre el nacionalismo me las he saltado. No me interesa nada. Quiero decir, me parece increíble que la gente dedique su tiempo a pensar en ese tipo de cosas.

También di con este poema de Cernuda:

“Si yo soy español, lo soy
a la manera de aquellos que no pueden
ser ora cosa: y entre todas las cargas
que, al nacer yo, el destino pusiera
sobre mi, ha sido ésa la más dura.”

La identidad nacional, ¿a mi qué coño me importa? Yo me siento igual de extranjera en todas partes. No es que no me sienta española, es que me siento extraterrestre. España apesta igual que cualquier otro lugar. No creo que me mueva de aquí más. Y además, ya es bastante complicado comunicarse en español como para intentar enfrenarse a la dificultad del lenguaje en otro idioma.

Voy unos días a Venecia. No diré que siento esa ciudad como mía, ni que volveré renovada porque en esa ciudad viví experiencias inolvidables, ni tampoco que sus canales me proporcionan un remanso de paz. Tampoco me interesa especialmente el modo en el que han evolucionado las vidas de la gente con quien hice amistad porque al final todo el mundo termina haciendo lo mismo con diferencia de matices accidentales. Voy porque ahora mismo no tengo trabajo y mi vida es aburrida y absurda. Más de lo habitual, quiero decir. No sé qué tal me sentará.

sábado, 5 de febrero de 2011

El sábado por la tarde tiene aspecto de domingo de persianas bajadas, silencio en las calles o el eco del ruido del cierre de las tiendas.
La tarde habla del tiempo de un solitario escondido tras las cortinas espiando a sus vecinas con prismáticos nuevos.
Me quedo dormida en el sofá con un libro en las manos. Me despierta una alarma como una patada en el costado a un preso, como el gesto de arrojar el agua sucia de fregar cuesta abajo. Después me llaman y el sonido del teléfono reverbera y hace temblar la mesa.
Hay seguramente jóvenes que meten los dedos en sus bocas como si fueran a provocarse el vómito para silbar más fuerte en el concierto. Hay seguramente niños que no salen de su casa en todo el día porque sus padres son mayores. Y hay chicas con minifaldas y la carne de gallina de piernas recién afeitadas comprando hielos o fumando nerviosas en la puerta de la discoteca. Un dedo que señala al objetivo y muchas sonrisas de dientes brillantes, opositores en pijama acodados sobre su escritorio en casas con olor a bolas de naftalina, viejas a las que se les llena la casa de los tertulianos de la tele, autobuses con luces de hospicio, algún mendigo que brama y se destroza el hígado con vino barato. Los chicos volverán a casa por la mañana arrastrando los pies y pisándose el bajo de los pantalones llenos de barro, a las chicas se les romperán las medias y los tacones. La mañana del domingo las madres de los barrios sacan su viejo estuche de costura.