jueves, 23 de diciembre de 2010

Recorrí todo Madrid en el metro. Tuve un nuevo paciente. Alberto. Es inteligente y tiene sentido del humor. Aunque en definitiva el sentido del humor es el metrónomo de la inteligencia. De noche en el metro intuí en los rostros una placentera sensación de alivio de volver a casa. En casi todas las caras pude leer una familia que esperaba en un hogar caliente. Me sentí desgraciada pensándome en mi casa leyendo otro libro sin ganas verdaderas, en esta precariedad de pequeña estufa y mantas raídas. Si muriera esta noche nada sucedería. Unos pocos amigos tardarían días en enterarse, y cuando les llegase la fatal noticia, ninguno lo consideraría una pérdida insustituible. Todo seguiría igual. Nadie es imprescindible. Estoy tan sola que únicamente interrumpo al silencio para hablar a solas. Sola y sin espejos en los que mirarme. Soledad de habitación opaca, sin muebles, de orfanatos. Soledad de perreras, incubadoras, pensionistas. El abandono del tullido que debe exhibir su muñón por unas cuantas monedas, soledad de prostituta, de vejado, de los estafados por la vida. Siempre. Como si fuera mi destino. Y tendré que hacerme a ella como a un mendigo a sus zapatos viejos. Llevo a las espaldas una congregación de soledades y miserias, y sufro por todas ellas como si fuesen mías, y son mías precisamente porque sufro por ellas. Y camino hacia mi casa con cara de tristeza post coito, de haber perdido al padre, y cuando abro la puerta cierro los ojos y me veo a mí misma echando el puñadito de tierra sobre mi propia tumba, sabiendo que ni los gusanos vendrán a visitar el frío de mi cuerpo.

Oli me recibe contenta como siempre. Mueve la cola, salta sobre mí. Me siento en el sofá y quiere subir conmigo, pero no se lo permito. Según mi madre es una guarrería, y tengo que conservar intacto el sofá para que el casero no se quede mi fianza. Siempre ha dormido conmigo, me está resultando difícil reeducarla. No entiendo por qué ella tiene que dormir en el suelo y yo en una cama. Yo, que no respeté jamás las jerarquías, le digo “NO” cuando intenta subirse para estar a mi lado. Y me pregunto, con qué derecho me creo por encima de ella que no hizo ningún daño al mundo. Existen muchos más motivos para que cualquiera de nosotros duerma por el suelo.

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