Mi madre habla sola en la cocina. Repite las mismas frases como un demente. Una de mis pocas capacidades es la de detectar el loco de cada uno. En el caso de mi madre es evidente; el loco ha ido ocupando más y más espacio y ahora es casi únicamente loco. No queda nada de lucidez en esa cabeza. La odio con una rabia asesina. Seguramente escribo esto para no matarla. Pero la mataría. Y estoy en deuda con ella. Intento concentrarme en esa deuda, en todos sus sacrificios para soportar su enloquecimiento, la diarrea verbal del enfermo histérico, pero se me hace difícil. Es un niño idiota con la maldad de una vieja resentida.
Entre mis papeles encontré algunos poemas y cartas de hace tiempo. En concreto me llamó la atención una, escrita cuando tenía trece años, en la que digo este tipo de cosas:
“Mis padres son un castigo que, aunque sea solo en el recuerdo, me acompañará el resto de mi vida” “Mis padres son la parte más horrible de mi existencia. Quisiera desaparecer.” “Todo es infinita máscara pegada al rostro de la humanidad.” “Todo esto tendrá un desenlace seguramente mortal.”
Trece años. Genial. Es fantástico descubrir que fui siempre un ser depresivo. Qué asco.
Esta semana escuché dos veces que debo ser más pragmática. No tengo ningún sentido práctico de la vida. Supongo que diciendo eso se quedan más tranquilos. Regalar el consejo como si fuese palabra de Dios sin haber profundizado en absoluto en mi sufrimiento. Eso es incapacidad, creo yo. Jamás se me ocurriría decirle a I. o a cualquier otro paciente “sé más pragmático”, es tan estúpido.
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