Escribir un diario por reivindicar por fin el lugar en el que no tenga que venderme. Así, imagino, las ideas no van a la basura ni mueren en la tumba que a todos nos espera. En el diario no existe el artificio, y se muestran las fisuras, las roturas, las goteras de la casa. En la novela uno siempre está recién peinado. El novelista pretende salir siempre bien en la foto poniéndole estructura a lo mejor de sí mismo. En el diario el flash te caza muchas veces con los ojos cerrados, o en pijama.
Conocí a un señor en el parque. Olía a vino a tres metros y llevaba con él cinco perros. Me contó que su mujer murió de cáncer hacía pocos meses. Asisto con fascinación al espectáculo de la derrota, al relato de los vencidos, conmovida por sus guerras perdidas, por sus luchas diarias.
En parque exhalaba tristeza a bocanadas. Todas esas hojas secas flotando en los charquitos de agua sucia, el golpe del viento en las toallas tendidas y en las viejas tiendas de campaña de los rumanos instalados allí para siempre.
Fui a trabajar esta mañana. Iñigo me leyó un relato. La depresión que se ríe de si misma: “Soy la última calada de un cigarro con treinta y nueve de fiebre. Soy el tic-tac del búho del insomnio.” Me gustó. Y veo más autenticidad y dolor por la vida que en todo lo que leí esta tarde (Lorca). Nada tengo que ver con sierpes y unicornios, la poesía de la imagen por la imagen. No sé nada de poesía.
Sin embargo descubrí algunos versos. A veces, leyendo poesía, se me queda después un verso como colgando de las sienes, y se repite y se repite con una cantinela de ecos en el pasillo de un colegio para retrasados mentales. En este caso: “tu cuerpo fugitivo para siempre, la sangre de tus venas en mi boca, tu boca ya sin luz para mi muerte.”
Me gustó este de Aleixandre: “un pájaro de papel en el pecho dice que el tiempo de los besos no ha llegado”
El cigarro se me consumió en el cenicero. Estoy fumando más que nunca.
No sé si rechazo definitivamente el mundo, pero se fue la sensación de que algo importante ocurre en algún lugar mientras yo estoy encerrada en casa con mis compañeros de tristezas: Vallejo, Neruda, Girondo, Pessoa…
Serías tú mi motivo para salir de casa tras un golpe de mano que derribase la montaña de mis libros. Pero pensé mejor: no eres tú la razón por la que no lanzo el despertador por la ventana cada mañana. El aliento soy yo misma. Yo misma te busqué para seguir con vida, y me sobrevivo las veces que haga falta. Y cuando desaparezcas trazaré un plan de huida hacia otra parte. Y así, huyendo siempre hacia otra parte, como siempre he estado.
Me emboba leerte ,a pesar de que desenmascares la triste realidad.
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